martes, 20 de noviembre de 2007

G



G




Gregorio era, a sus treinta y tantos años, un pedante emancipado. Había bebido de las fuentes del conocimiento inútil. Había leído cuantas novelas le podían cubrir de la invisible aureola de la sabiduría, pero había olvidado la más notable de todas. Aquella que explica con pelos y señales la vida de los retoños de cangrejo.


Gregorio era el pedante coloquial capaz de espantar a las visitas y amilanar, con su lengua, a los pobres individuos que sólo sabían de verdad. Porque él sí sabía de todo y siempre su tema se escapaba de cuantos callejones sin salida le plantaban delante. Únicamente era cuestión de confundir al oponente… porque, eso sí, cualquiera que se arriesgara a mantener una discusión con él, era su oponente y, como tal, debía ser vencido aunque el otro desconociera aquel reto.


El verbo de Gregorio era difícil, por no decir incomprensible, pero exento de errores ¿Cómo podría equivocarse tamaña eminencia? Sin embargo, la angustia y la soledad de no sentirse comprendido le agriaban el carácter, pero un día encontró la solución. Internet, la red de redes, es el lugar donde todo el mundo tiene su espacio, su sitio su… http://www.pedantes.org/foros.html. Feliz, Gregorio, expandió sus monólogos, por escrito, en aquellos foros donde otros entes, similares a él, le contestaban largamente sin responder. Filosofía, literatura… el saber de la humanidad comprimido en eternos monólogos ininteligibles y bondadosos donde una coma podía ser el tema de un debate enorme e invisible.


-Como dijo Glinka, la enormidad esotérica de los pepinillos crudos…


-No, amigo, no. La serenidad de Grimón al darle al sifón ya definía el espíritu humano…


-Creo que Joyce justifica mejor las imágenes filosóficas de la historia…


Pero la felicidad nunca puede ser eterna. Un día apareció un ser mundano donde los hubiera. Llenó de palabras mundanas, de frases mundanas, aquel espacio. Tan mundano era aquel ser que amenazaba con volcar, sobre aquel santuario, toda la realidad. Y, un día, dijo una frase que desmoronó el único Universo que el colectivo de pedantes deseaba: la web.



El hombre mundano dijo…



Ahora podéis elegir la frase que consideréis más adecuada:


A-¿Por qué no te callas?


B-Para mear vete al baño.

C-Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza.



Gregorio murió asfixiado en su propia verborrea, donde ni los versos de un militar y homosexual francés, ni la prosa rebuscada de un irlandés de inflado ego, podían salvarle. En una oscura calle londinense, donde la pipa de Holmes no pudiera atufarle, abandonó su propio cadáver incorpóreo e inútil.


martes, 6 de noviembre de 2007

Soy profesional



Soy profesional… asesino profesional.


La profesión de asesino es en muchos aspectos similar a la de cirujano. Ambos tienen que andarse con mucho ojo y ser muy exigentes en temas como la asepsia y la exactitud. Como el doctor, el asesino profesional debe ser extremadamente preciso. La diferencia entre uno y otro es que, mientras el médico debe procurar por la seguridad del paciente, el asesino debe hacerlo por la propia y la de su cliente, lo que, bien pensado, tampoco es una diferencia tan grande. Lo que sí constituye un hecho diferencial es que mientras el galeno debe estar siempre dispuesto para actuar, nosotros, los malos de las películas, debemos tomarnos algunos descansos para impedir a las diferentes policías una relación entre nuestros actos y nuestras personas. El buen sicario no debe dejar siquiera un asomo de evidencia sobre su existencia. Ni ADN, ni fibras y mucho menos un sello identificativo del trabajo, eso queda para aficionados y psicópatas.


Me tomo mi trabajo muy en serio, pero no soy un enfermo mental. Acaso tomarían por enfermo mental a un enterrador, un forense o un policía de homicidios, después de todo, ellos tienen una relación con la muerte mucho más morbosa que la mía que, una vez comprobada la eficacia del trabajo, abandonó el lugar que habita la Parca par no volver. En cambio, todos ellos se revuelcan con Thánatos allí donde le encuentran.


Como ya dije, no soy un psicópata. Disfruto de la vida más que de la muerte… incluso en los demás. Quiero, tengo sentimientos y no me gusta ver sufrir a nadie y es algo que también tengo en cuenta en mi trabajo y jamás acepté un trabajo donde el dolor fuera parte del trato. Mis víctimas, salvo errores, que como humano también los tengo, tienen muertes, que si bien no vamos a llamar agradables, si podemos llamar humanitarias.


Soy profesional… asesino profesional.


Como es lógico, alguien como yo no debe implicarse emocionalmente con su trabajo, creo que esta es también una premisa que deben cumplir los doctores en medicina ya que, en ambos casos, puede tener peligrosas consecuencias. Pero nosotros contamos con una ventaja: el anonimato. Sin embargo, no siempre podemos ser simples sombras en la noche, como seres humanos tenemos vidas y responsabilidades que cumplir y, en el mundo actual, necesitamos tapaderas que justifiquen nuestros viajes, nuestros ingresos y nuestras soledades y, aunque cueste creerlo, esta es nuestra gran vulnerabilidad pues, cuantos de nosotros no han sido sorprendidos blanqueando el dinero obtenido en nuestro oficio.


Aún hay quien se cree que matar es complicado, eso sólo es cuestión de imaginación y de oficio. Bueno, puede serlo al principio, después de todo estas segando una vida, pero con el tiempo ya sabes que aquel individuo, de cualquier modo, ya estaba muerto y es mejor que el dinero te lo lleves tú a que lo haga otro con menos escrúpulos. Así que, con el tiempo, aprendes a aplicar una asepsia total a tu trabajo rompiendo hasta el último lazo de empatía con el sujeto del trabajo. Pero eso no impide que en tu vida privada sigas teniendo tus sentimientos totalmente intactos, aunque, claro, al principio cuesta separar ambas cosas en tu cabeza, pero nuevamente con tiempo se consigue todo.


Espero que nadie pueda volver a confundirse respecto a lo que quiere decir ser profesional… asesino profesional.

martes, 23 de octubre de 2007

Padre Francisco



El padre Francisco creía haber visto todo lo que se puede ver tras presenciar, en su tierna juventud, por dos veces, en el horizonte, la horrible forma de la seta nuclear. La primera vez, en su misión cercana a Hirosima, desconocía la naturaleza de aquel fenómeno. El horrendo aspecto de las heridas causadas por la radiación en la población civil era algo difícil de asimilar. Vivir aquella supurante herida en el territorio y el pueblo de Japón fue algo que lo marcó como muy pocas cosas en este mundo pueden hacer.
La misión del padre Francisco fue evacuada, junto a cientos de damnificados, a la ciudad de Nagasaky. Pero, pocas horas después de llegar, el horror, en forma de hongo, se grabó de nuevo en sus pupilas. Japón no había tenido tiempo ni de plantearse la rendición cuando, su población civil, fue nuevamente sometida al genocidio indiscriminado de las armas de extinción masiva. Los días que siguieron a esos sucesos quedaron marcados, con el fuego de la fisión nuclear, en su cerebro.
Hoy, el padre Francisco debería cumplir noventa años y hace seis que Juan Pablo II le ordenó que se retirara, pero él sentía que el mundo le necesitaba. Él era consciente de que sus posturas eran muy incomodas… diríase más, comprometidas para Roma. Pero era un luchador y siempre decía que si Dios le había permitido vivir el horror de Japón, era para que supiera que debía proteger a los inocentes más allá de que, lo que había crecido sobre la piedra, le ordenara. Llegó a perder el apoyo del Vaticano, pero siempre supo hallar la forma de financiar su obra. Sabía que nadie de la curia romana, cuando el muriera, lucharía por su santificación, pero era humilde y fiel a sus ideales. El siempre decía:
“Poco importa lo que digan los hombres porque de sus hechos y palabras aflora el mal a cada momento, lo que importa es lo que piense Dios. Él no nos muestra sus deseos, nos da el libre albedrío, pero conoce como nadie nuestro corazón. Sólo al final sabré si he cumplido sus deseos, pero, mientras tanto, haré lo que crea mejor sin dejarme influenciar por nadie y rezaré para no equivocarme”.
El padre Francisco terminaba por ser respetado, en ocasiones incluso querido, allá donde fuera. En Vietnam salvó un poblado primero del vietcom y luego de los americanos. Muchos pensaron que aquel cura había pactado con el diablo. Finalmente tuvo que abandonar el sudeste asiático gravemente herido, al intentar proteger un convoy de refugiados cuando Estados Unidos ya iniciaba la retirada. No fue la única vez que fue herido, también recibió una bala en el estómago cuando un francotirador le acertó cuando ayudaba a reunir a una familia separada por la guerra de Chipre.
La iglesia no miraba al sacerdote con buenos ojos, aunque, en secreto, muchos admiraban al hombre al que Kurt Waldheim llegó a nombrar en una asamblea de las Naciones Unidas, cuando, hablando de la guerra del Líbano, le nombró dicendo: "ese hombre con sotana al que aún respetan los francotiradores y que pasa del Beirut cristiano al sirio, ayudando a unos y otros".
El padre Francisco dejó trozos de sí por todo el mundo: Asia, África, América… Incluso, en una ocasión, llegó hasta la Tierra de Fuego para mediar entre chilenos y argentinos al borde de una guerra.
Nadie conoce el apellido del padre Francisco, muchos no recuerdan las facciones de su cara maltratadas por el paso de los años, pero son muchos, millones diría, que recuerdan sus hechos. Un hombre que ha vivido la vida, con tristezas y alegrías, con lágrimas y sonrisas, con todo y con nada, pero siempre luchando por la vida.
Igsahi podía haber sido un niño como los demás si hubiera nacido en el sitio adecuado, pero nació en el momento y lugar equivocados. Mañana será un niño soldado, hoy, con nueve años, le han dado un fusil y le han dicho que mate a alguien respetado, que solo así ganará el respeto de ser hombre y de ser soldado. Igsahi ha disparado al padre Francisco a bocajarro en el vientre.
El padre Francisco creía que ya lo había visto todo y ahora se debate entre la vida y la muerte en una tienda de campaña que la misión tiene como quirófano en las selvas del Zaire. Los médicos llevan dos horas con él, pero es demasiado mayor para soportarlo. Yo he visto como en los últimos años ha ido perdiendo sus energías, pero nunca ha perdido ni sus esperanzas ni su amor. Fue un duro golpe para él cuando, casi en su lecho de muerte, el papa Juan Pablo II lo excomulgó por ayudar a abortar a una niña que de otro modo hubiera muerto.
Igsahi llora en mi hombro, no quiere que el padre Francisco muera, ya no quiere ser soldado. En su cara lleva la sangre del padre y en su cabecita el recuerdo de cómo con una caricia este le perdonó. Yo aguanto las lágrimas, tampoco quiero que muera, pero eso es cosa de Dios, tanto como el hecho de que yo le quiera con casi treinta años menos que él.
Se abre la puerta de la tienda quirófano y el médico me ilumina con su sonrisa. Hoy el padre Francisco cumple noventa años.

lunes, 8 de octubre de 2007

Los últimos días de los maquis



“Marchaos. No os queremos mal, pero no podemos daros cobijo. El pueblo aún llora a veinte buenos hombres.”
“Se los llevaron temprano, recién levantados, dispuestos para trabajar la tierra. Hombres armados y guardias civiles llegaron diciendo que sabían que os habíamos dado asilo. Pusieron patas arriba las treinta casas y otros edificios, solo la iglesia respetaron, de donde no asomó el párroco, Don Camilo, ni por un instante”.
“Se los llevaron temprano y el naciente sol de verano, con un tono rojizo, ya nos anunciaba su muerte. Pero tuvimos suerte... en el pueblo de arriba sólo han dejado cinco viejas y dos niñas, porque, según ellos, os suministraban comida. Hasta la historia han matado tirando abajo la vieja ermita donde, al parecer, dormisteis un día”.
“Marchaos antes de que nadie os vea”.


Hace un año ya que vagamos por el monte sin descanso y, cada vez más, parecemos ánimas en pena. Ningún pueblo nos quiere y no hay descanso para nosotros acosados como a alimañas. Falangistas y guardias civiles nos disparan desde los cerros y los caminos están cerrados con soldados de remplazo que intentan no vernos, pero que si les descubren lo pagan caro.
Nuestra lucha pierde sentido, en los dos últimos meses hemos recibido tres intentos de emboscada y no hemos podido atacar ni una sola vez... y Evaristo ha muerto.
Evaristo no era nuestro jefe. Otros grupos de maquis si tienen jefe. Con Evaristo no necesitábamos jefe, porque todo el mundo aceptaba su sentido común y su conocimiento del monte. En el grupo todos teníamos opinión, pero cuando había dudas él las resolvía con inteligencia, pero al morir Evaristo han empezado las tensiones entre nosotros. Aún vamos a necesitar un jefe y, sin embargo, nadie tiene el prestigio suficiente.
Mi hermano y yo hemos tomado una decisión, no sé si los demás estarán de acuerdo... No sé si nos van a seguir, pero, aunque no sea así, nosotros vamos a pasar a Francia. Allí descansaremos. Llevar la lucha como la llevamos ahora no tiene sentido. Tal vez, nos quedemos allí.
Pero antes mi hermano tiene que hacer algo... dice que su Mausser le quiere dar un beso cálido a don Camilo.


jueves, 4 de octubre de 2007

La carta de los millones



Esta carta la que encontré en una bolsa, junto a una importante cantidad de dinero, suficiente como para no preocuparme en toda mi vida por ese tipo de cuestiones… y creo que ni en la de mis hijos, ni en la de los hijos de mis hijos. Sin embargo, cuando terminé de leerla, decidí que sólo podía hacer una cosa… entregar la bolsa a la policía. Sé que si el dinero es legal en dos años me será devuelto y tendré tiempo para pensar que hacer, pero me llevo este papel que ahora podréis leer, no fuera que ello autorizara a cualquier policía para quedárselo.




Estimado/a amigo que has encontrado esta bolsa:

El dinero no da la felicidad ni tampoco la compra hecha. Por lo menos, si es lo segundo, yo no supe encontrar la tienda, quizá tú tengas más suerte.
Cuando gané a la lotería aquellos noventa millones de euros, pude descubrir, en mis propias carnes que, por mucho dinero que ganes, sólo puedes arreglar tu propia vida, siempre que seas discreto. Sólo si eres capaz de pasar de los demás sin intentar solucionarles la vida tiene futuro tu felicidad. En el momento que haces participes de tu dinero a tus seres queridos, te haces partícipe de sus desgracias, de sus miserias, pero has de saber que en el momento que les haces participe de tu fortuna ya sólo tienes dos caminos sin solución, meterte en sus vidas con el dinero o mantenerte al margen, en ambos casos el destino es el mismo.
Tu historia, seguramente, no será muy diferente de la mía. No te extrañe, entonces, que cuando les ofrezcas dinero a tus seres queridos lo rechacen. Respira hondo y vive el que será el último instante de imposible cordura que vivirás a su lado. “No lo necesito” acostumbran a contestar invariablemente. Pero si eres verdaderamente persuasivo, y tanto yo como el dinero lo fuimos, terminaran por aceptar. Bien pronto se darán cuenta de que no lo querían, se sentirán mal y, en lugar de agradecimiento, un monstruo les recorrerá el cuerpo por dentro haciéndoles creer que se han aprovechado de ti. Si eres lo bastante intuitivo para darte cuenta, les intentarás explicar que el dinero lo ganaste por azar, un azar que ha sido el de todos, porque si no, cómo podría ser una verdadera suerte para ti, que les quieres, que lo tuyo es suyo… pero al final te faltan las palabras y, es posible que si no eres lo bastante elocuente, también sea el último momento de cariño que viváis juntos. A pesar de todo existirá, o creerás que existe, un convencimiento que va a ser momentáneo y lo cierto es que les has desgraciado la vida, todo y que sabes que, de no haberles dado ese dinero, también hubieran sido unos desgraciados porque hubieran recelado de ti el resto de sus días y pensarán continuamente como hubiera sido su vida con aquel dinero.
De esta forma, el azar ha malogrado tu relación con todos aquellos que de verdad te importan y te les importas a ellos.
Qué decir de los amigos de siempre. Aquellos con los que compartías magníficas veladas. Al principio era genial que tú pagaras siempre y que las fiestas fueran mejores… bueno, más caras, pero luego llegó el tedio. En poco más de un año se extendió una barrera extraña entre ellos y yo. Primero las conversaciones con ellos perdieron fuerza, se trivializaron y, al final casi ni hablábamos. Poco a poco aparecieron las excusas de unos y otros para esquivar las reuniones hasta que llego el día en que me encontré solo, bebiendo “Dom Perignon” en la terraza de un restaurante mientras veía a varios de ellos salir de una sala de teatro.
Hoy ha aparecido todo un ejército de nuevos amigos aduladores a los que yo no he invitado. A algunos de ellos ni siquiera les conozco, pero parece como si estuvieran sobrevolando mis despojos para llevarse un pedazo de mí colgando de su pico. También ellos se han edificado como una terrible barrera entre el mundo y mis ojos, ya no puedo ver lo que ellos no quieren.
Finalmente hoy no tengo deudas… ni familia, ni amigos. Ahora es todo una cadencia de sueños vacuos que se cumplen, uno tras otro. Sueños que ni recuerdo haber tenido.
Por todo ello, para quien encuentre esta bolsa con mis últimos millones, también van en ella mis últimos deseos: ¡QUE SEA USTED MUY FELIZ!

Firmado: Por fin NADIE.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

El perdón.


--¡Padre, he pecado!
--Desahógate hijo mío.
--¡Padre he pecado!
--Pues confiésate y Dios te perdonara.
Del otro lado de la reja del confesionario le llego un sollozo amortiguado y el corazón del padre Matías se ablandó.
--¡Hijo, no llores que no existe pecado que Dios no pueda perdonar si verdaderamente estas arrepentido! Dios puede perdonar lo que los hombres no pueden.
--Esta vez no será así. He venido a que usted me perdone.
El padre Matías se hubiera reído si no intuyera algo terrible en el tono de la joven voz que le hablaba desde el otro lado.
--Hijo mío, yo solo soy un hombre y solo el perdón de Dios te puede abrir la puerta de los cielos.
--No padre, ahora solo su perdón importa.
La postura de aquel joven era cada vez más preocupante y empezaba a darle algo de miedo, así que decidió seguirle el juego.
--Te escucho.
--Dios ya no va poder perdonar a nadie, padre.
--¡Dios puede perdonarnos a todos!
--¡He dicho que no! – Gritó el joven golpeando la rejilla.
El grito hizo que todas las miradas de la iglesia se giraran hacia el confesionario. El padre Matías le pidió calma y la voz recobró el volumen de confesión.
--Dios ya no perdonará a nadie porque ha muerto.
El padre Matías no sabía si echar al joven de allí o seguirle un poco más la corriente. Optó por lo segundo.
--Dios es inmortal…
--Eso creía yo también. —Cortó el joven. —Por eso lo maté y ahora sé que yo he de morir también.
El padre Matías no pudo soportar más aquella herejía, así que abrió la malla dispuesto a expulsar de allí a aquel individuo cuando se encontró frente a frente con la cara del diablo.
La cara del diablo era la de Matías, el hombre y no el sacerdote, pero no era Matías. El diablo no necesitó decir nada más, pero aquellos ojos profundos como un agujero negro le decían que todo era verdad.
--¿Y ahora que va ser de la humanidad?
--¿La humanidad?... La humanidad seguirá como siempre hasta que le toque desaparecer por sus propios errores, pero yo voy a morir.
--Sin Dios tú eres el amo de todo.
--No entiendes nada… si Dios muere yo muero, si yo muero Dios muere. No existe bien sin mal ni mal sin bien, si no fuese así ningún hombre pecaría ya que el pecado es la elección que cada hombre hace entre el bien y el mal.
--¿Y si Dios y tu morís como podremos elegir entre el bien y el mal?
El diablo pareció pensar un momento lo que tenía que decir, y al final dijo:
--Ha llegado el momento de que la humanidad se haga adulta y se separe de sus padres. Sus acciones ya no van estar regidas por el bien y el mal, ahora debe pensar por sí misma que es lo que debe hacer para su propia supervivencia. Ahora el hombre va a ser su propio Dios.
La mente del padre Matías volaba… al fin preguntó:
--¿Por qué has venido?
--Ya te lo dije… a pedir tu perdón… a pedir el perdón de la humanidad por milenios enteros como representante del mal.
El padre Matías dio una vuelta por la iglesia con la mirada y vio como cada uno de sus feligreses estaba repetido y hablaba con su doble como él lo hacía con el diablo.
--¡Perdóname! – Rogó. –Yo fui el mal porque el bien ya existía. Fui el mal pero sin maldad.
--¿Y que será del infierno?
--Lo mismo que del cielo… ¡Perdóname!
--¿Qué fue del cielo?
--Nunca existió… ¡Perdóname!
El padre Matías hizo el signo de la cruz en el aire aún sabiendo que ya no tenía sentido.
--¡Yo te perdono!
El diablo se esfumó al tiempo que un enorme peso cayó sobre los hombros de Matías, el hombre, y ese mismo peso recayó sobre toda la humanidad.

martes, 25 de septiembre de 2007

Un ateo en el cielo



¿Qué pasaría si Dios y el cielo existieran de verdad? ¿Qué sólo irían los creyentes?
¡No fastidies hombre! No me vengas ahora con aquello de que sólo los creyentes son buenos. No volvamos a las cruzadas.
Puestos a imaginar, que no es poco, imaginen la llegada de un ateo hasta la garita de San Pedro.
--¡Buenas!
--¡Buenas! ¿Qué quería?
--No sé… he llegado hasta aquí y…
--¡Vale!... normal.
San Pedro que agarra su libro de entradas (¿tendrá libro de salidas?) y empieza a hacerle preguntas al individuo… edad, número de DNI, afiliación política, etcétera. Vamos , lo normal.
--Muy bien, buen hombre. Y a qué religión pertenece usted.
--Pues verá… yo soy ateo.
--Así que para usted Dios, el cielo y un servidor no existimos ¿No?
--La verdad… es peor… Espero que sepa disculparme.
--¿Peor?
--¡Sí! Me he pasado toda la vida convenciendo a “todo quisqui “de que esto era una trola.
--Ya veo… Pero no entiendo qué hace usted aquí.
--Tal vez me han confundido con ese señor de blanco que han mandado hacia abajo al llegar a la bifurcación.
--¿Se refiere a Juan Pablo II?
--¡Sí! Ese. Es que no me salía el nombre.
--Ahora voy entendiendo algo. Lo cierto es que me ha extrañado que no estuviera su nombre en la lista.
--¿No está mi nombre?
--¡No!... el de Juan Pablo II. Por cierto ¿Cómo se llama usted?
--Adolf Hitler
--¿Cómo?
--Es broma, me llamo Juan Pérez.
--¿Juan Pérez?
--¡Sí!
A San Pedro no parecía hacerle gracia tanto “cachondeíto” por parte del ateo. Pero tampoco le agradaban las sorpresas que el divino le estaba dejando en su libro de entradas.
--Juan Pérez ¿Qué?—la voz de la variante del Cancerbero en las alturas empezaba a parecer un gruñido del primero.
--Lo siento, pero me temo que soy hijo de padre soltero.
--¿Habrá sufrido mucho en la vida?—el deje estaba entre ironía e ira a secas.
--No mucho. Siempre hice lo que me gustaba.
--¿Hijito de papa?—San Pedro siempre fue un santo con muchos prejuicios y muy poca paciencia y en esta ocasión, de haber tenido una espada a mano, no hubiera dudado en cortar la oreja a aquel ateo descreído, pero la pregunta era la única espada que blandía por ahora.
--¡No!... Rescate de montaña.
La cara del santo portero se iluminó.
--¿Usted es el que salvó aquel autocar de niños pero luego se cayó al vacío?
--El mismo que viste y calza… bueno no… porque aquí vamos todos en bolas.
--Ustedes los ateos siempre se quieren traer recuerdos de allí abajo… Ande, pase.
El ateo pasó para adentro donde se llevaría miles de sorpresas, pero creo que, por ahora, no me queda imaginación para tanto, así que esto se acaba aquí.
¡Que lo disfrutéis!

lunes, 24 de septiembre de 2007

Demos gracias (Democracia)




“El pueblo que olvida su pasado está condenado a repetirlo”. Es una sentencia asumida, pero una mala excusa para conservar las reliquias de la era franquista que con su altanera arrogancia siguen mancillando los rincones de España. Una simple estatua, no muy grande, en la que una madre llorara a un hijo muerto y una inscripción dedicada a las víctimas del franquismo sería suficiente. Por lo demás, el enorme mausoleo del dictador en su Valle de los Caídos Nacionales (véanse las mayúsculas), construido con el sudor y la sangre de los derrotados, es un insulto a la inteligencia y un atentado a las libertades más atroz que las balas de ETA o incluso que la palabras de la COPE.

Y si esto fuera poco, España sigue poseída por el demonio de la iglesia católica que llevó bajo palio al infame general y aún intenta convencernos de las ficticias traiciones de los que, medio amedrentados, intentan seguir el camino de la democracia.

No es raro que el término “democracia” nos confunda. Hemos visto al Tío Sam repartir democracia por el mundo con el estruendo de Irak y la libertad de Guantánamo.

Hemos visto al PP, en nombre de la democracia, ilegalizar a un partido vasco por su relación con un grupo terrorista que, a pesar de las numerosas muertes causadas, son menor número que las penas de muerte que firmo su presidente o los padres de muchos de sus miembros. La excusa fue no condenar el terrorismo, pero no he visto al PP condenar al terrorismo de estado del general Franco (y aquel si daba miedo de verdad), ni crear iniciativas para compensar a los españoles por aquella trágica etapa de la que muchos de ellos fueron beneficiarios. A veces, creo que el franquismo mató en este país algo más que personas… Algún día hablaremos del genocidio de los valores democráticos.

¿Dónde está el pueblo que clama justicia?… arrellanado en un sofá viendo “la tele” y comiéndose un plato de alfalfa prestado por su banco al precio de cerrar la boca (“¡Come y calla!”).

¿Dónde está la libertad?... de vacaciones en el bolsillo de un desesperado por viajar a las islas Caimán o bañándose en el sudor de un trabajador ilegal.

Acomodados, aburguesados y con las orejeras puestas, destinadas a incomodar al vecino de enfrente y a todo aquel que levante la voz clamando justicia, libertad, igualdad, “Estatut” o cualquier otra cosa que suene a verdadera democracia.

En que colegios habrán estudiado estos indignos hijos de sus padres para olvidar que es la justicia, la libertad y la solidaridad y han prostituido todas las palabras para dar cobertura a sus beneficios. Ahora ya todos son Proxenetas de las Palabras.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Palestina



Son muchos años de aquí para allí, esperando ser dueños de nuestro propio destino.
Bienaventurados aquellos que supieron marcharse a tiempo.
Ser palestino y cristiano a un tiempo parece una contradicción y si bien hubo un tiempo en que era normal, hoy choca con todo y con todos.
Toda nuestra familia vive en Argentina, pero el abuelo quiso quedarse para recuperar lo que era suyo; una chabola en Belén donde hoy duermen los rebaños de los colonos judíos.
Papá aprendió medicina en Londres y es doctor en el hospital de Gaza. Hoy tenía guardia, pero no se si lo volveremos a ver. Los F-16 están bombardeando el complejo médico porque dicen que hay un soldado israelí secuestrado.
¡Ojalá se muera!
Creo que me estoy dejando llevar por los nervios, desear la muerte es un pecado mortal. No se en que estaría pensando... en mi papá... en mí... en mi familia... en mis vecinos...
El martes pasado bombardearon el barrio y cayeron las dos casas de los lados. Hoy, tal vez, caiga la nuestra. Quién sabe, a lo mejor así nuestros compatriotas musulmanes vuelven a hablarnos.
Mi abuelo tiene la culpa. En Argentina viviríamos en paz.
Todo por cuatro piedras en Belén donde un día un viejo verde vio nacer a su hijo entre una mula y un buey.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Crónica de una enfermedad venérea.


El otro día fui al médico porque tenía algunas molestias inguinales, aunque no eran esos todos mis males, me dolía la cabeza, me mareaba y el cauce del meato me picaba un rato.
--Normalmente le enviaría al urólogo –me dijo el cenutrio de la bata blanca.
Me miraba los colgajos con sonrisa de sorna e inclinado la cabeza y aquello no me gustaba. Por si no era suficientemente humillante mostrarles mis vergüenzas, aquel estúpido se estaba cachondeando, pero el colmo fue cuando él y la enfermera se pusieron los guantes y empezaron a manosearme con dolorosa impunidad.
--¡Doctor! ¿Qué padezco?
--Parece usted imbécil ¿Cómo es posible que en pleno siglo veintiuno aún se puedan enganchar unas purgaciones?
--Eso debió de ser por el empacho de Navidad.
--Más bien debió de ser por la orgía de Todos los Santos. ¿Qué? ¿se tiró a la cabra de la legión?
En aquellos momentos hubiera sido capaz de matarle, pero el hombre tenía ganas de seguir hablando y yo estaba un pelín asustado.
--Afortunadamente con unos antibióticos estará usted pronto en condiciones para realizar sus prácticas obscenas, pero hasta que no esté totalmente curado no se le ocurra practicar el sexo que las enfermedades venéreas se pegan muchísimo.
Así que era una enfermedad “benérea” (buena), pues no tenía de que preocuparme, o eso creí hasta que se lo vi escribir en el informe con mayúsculas y con “V”: VENÉREA (de las venas... ¿del corazón?)
--¿Y no me moriré?
--De esto ya no se muere nadie. Con un buen antibiótico se cura. Por cierto, debe informar del suceso a todas las personas que hayan tenido contacto sexual con usted en los últimos dos meses, porque pueden haberse visto infectadas e incluso, alguna, puede haber sido quien le infectara. Los animales mejor los sacrifica, si han sido capaces de hacérselo con usted no vale la pena hacerles sufrir más.
Mientras me soltaba esta retahíla me alargaba la receta de los antibióticos.
--¿Cada cuánto me los he de tomar?
--¿Tomar? Estos van por vía parenteral y ahora le suministraré la primera dosis de choque.
--¿Parenteral?
No contestó a mi pregunta directamente, pero por el pedazo de aguja que enroscó en la jeringuilla supe que parenteral quería decir que me acordaría de toda su parentela.
Salí de allí peor de lo que había entrado, no sólo no habían desaparecido mis molestias, sino que después también tenía el culo dolorido. Y encima pretendía recetarme supositorios para calmar el dolor... será...
Pueden suponer que fue una notable alegría para mí conocer a la esposa del doctorcillo. Por cierto, llego tarde. Hemos quedado para cenar...

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Cinco horas con Gustavo (¡Feliz Año Nuevo!)


Gustavo se estaba volviendo avaricioso. Desde que descubrió que los gigantescos contenedores de basura del mercado, no venían a buscarlos hasta las nueve de la noche, se pasaba horas enteras revolviendo en aquel maremágnum orgánico. Pero terminábamos cenando de rechupete, sobre todo las vísperas de festivo cuando las paradas del mercado se desprendían de todo aquello que difícilmente llegaría, en buenas condiciones, al siguiente día laborable.
Aquel treinta y uno de diciembre, Gustavo iba a cometer un peligroso error… su último gran error.
Hacia las seis de la tarde, tan pronto se oscureció el cielo, Gustavo me dejó a cargo de su carrito y se marchó hacia el mercado. Recuerdo sus últimas palabras mientras me pasaba la botella de coñac:
--“Gsfj ahg me fjas djl”.
No hay duda de que el pedal no le dejaba ver la bicicleta. Pero lo que quería realmente decir es que esa noche tendríamos las doce uvas, o eso creo. Él ya sabía que del cava ya me encargaría yo, que siempre he tenido un don especial para el alcohol.
Me fui con los carritos de ambos bajo el puente del tren para coger sitio. Esa noche estaría muy concurrido, así que debía hacer mi hoguera lo antes posible. Tuve suerte de encontrar a Paco lenguas, un magrebí muy servicial al que ya había salvado varias veces de la poli. Paco me ayudó a ponerlo todo y, por un bocadillo de mortadela que guardaba en mi carrito, también aceptó vigilarlo. Paco ya no celebraba nada más allá de estar vivo, también había descubierto que la religión sólo sirve el que ya tiene el estómago lleno.
Así marché en busca de mi parte de la “compra” que, gracias a mi gorrito de Papá Noel, terminé pronto. Así que, a eso de las ocho, decidí pasar por el mercado.
Cuando llegué, estaba todo lleno de gente, policía, guardia urbana, bomberos, dos ambulancias y un camión de recogida de basura especial, los del mercado. En una de las ambulancias estaban atendiendo a uno de los basureros con una crisis de ansiedad.
--Ya estaba la prensa en marcha cuando lo oí gritar—repetía una y otra vez mientras balanceaba atrás y adelante su cuerpo sentado.
Un guardia urbano, unos metros más allá, le preguntaba a otro de los basureros por qué no habían mirado en el container antes de descargarlo en el camión.
--Hoy es Nochevieja, agente. Normalmente nos lo tomamos con calma y seguimos todos los procedimientos al pie de la letra. Pero somos personas y queremos comer las uvas con nuestra familia. Por eso entramos a trabajar una hora antes y aprovechando que los mercados también adelantan su hora de cierre, aceleramos todo lo posible.
Fue entonces cuando escuché la voz de Gustavo muy amortiguada y algo metálica. Oírla me tranquilizó hasta que interioricé lo que decía.
--¡Llamen a mi compadre Narciso!
Era alarmante porque se le había pasado la borrachera en menos de dos horas, él era el centro de atención y me había llamado por mi nombre cuando solía llamarme “Nachito” que, como saben, no quiere decir Narciso.
--Gustavo estoy aquí.
Un policía y un bombero me cogieron aparte y me llevaron al otro lado del camión para explicarme la situación. Al parecer, Gustavo, con la borrachera, se había quedado dormido dentro del contenedor y los basureros, a las siete menos cuarto, habían empezado a descargarlo en su camión. Justo después de la puesta en marcha de la prensa, Gustavo empezó a gritar, pero ya se había quedado atrapado por esta. Afortunadamente, el camión no estaba demasiado lleno y tenía espacio para respirar. Ahora los bomberos estaban a punto de hacer una puerta en la pared del camión con una lanza térmica, pero deben calcular bien cómo hacerlo para no dañar a Gustavo.
--¿Puedo hablar con él?
--Sí. Venga a la parte trasera del camión e intente tranquilizarlo.
Me extrañaba que, con lo que se había bebido, no estuviera suficiente calmado. De hecho su exceso de calma era lo que le había puesto en esa situación.
--¡Gustavo, soy yo!— Le grité.
--¡Nachete! –Gritó él con notable alborozo en la voz.
--¿Estás tranquilo?
--Estaría más tranquilo si no te hubieras quedado tú la botella de coñac.
--Me han dicho los bomberos que te van a sacar enseguida.
--Más les vale, porque esto está lleno de marisco y no va a aguantar mucho antes de que se estropee.
--Pues ve hincándole el diente ahora que puedes porque lo mismo no nos lo dejan llevar.
--“Ajshfgs”
--¿Qué dices?
--¡Que me cago en diez!
Hubo una carcajada general en todo el gentío que nos estaba escuchando. Cuando miré hacia el público me di cuenta de que varios focos y cámaras de diferentes emisoras de televisión, nos enfocaban, bueno al camión y a mí, porque Gustavo seguía dentro.
--Ya sabemos por dónde atacar.
Mientras decía esto el jefe de bomberos, un policía me alejaba unos metros del camión. Otro bombero hablaba con Gustavo y ya estaban perforando la chapa con la espectacular lanza térmica. Las cámaras se centraron en la acción.
Aunque la acción empezó con gran velocidad, tardaron más de media hora en hacer la puerta en la chapa. En ese tiempo vi a los desolados basureros lamentándose de cómo se había hecho trizas su Nochevieja.
Sobre las nueve y media, ya enfriada con agua la chapa, pudieron acceder los médicos al interior. Por el momento no me dejaron acceder a mí y durante veinte minutos sólo ellos entraban y salían. Finalmente uno de los sanitarios se dirigió a mí acompañado de un agente.
--Su amigo no está bien.
--¿Y qué esperan para llevárselo al hospital?
--Su amigo se muere…
--No veo la camilla ¿Qué esperan? –Me estaba desesperando.
--No podemos sacarlo. La prensa lo ha partido, interiormente, por la mitad. Si retiramos la prensa su presión arterial caerá de golpe y morirá.
--Tienen que intentarlo. Se muere.
--Sí. En esta situación le queda poco más de una hora de vida, pero solo podemos darle morfina para que no le duela.
El mundo se estaba desmoronando a mí alrededor. Gustavo era mi único nexo con la cordura y me estaban diciendo que se moría.
--No nos deja ponerle la morfina. Dice que quiere estar consciente lo que le queda de vida y quiere hablar con usted.
Me llevaron con Gustavo. Se notaba que habían adecentado aquel entorno y habían puesto focos. Bien mirado parecía un pesebre, pero en lugar de las figuras habituales había polis, bomberos, enfermeros y los dos chalados que éramos Gustavo y yo… y fuera los tres basureros.
--¡Me muero! – Me dijo Gustavo con una voz demasiado entera para su situación.
--Quieren ponerte morfina para mitigar tu dolor.
--¿Y pasar inconsciente mis últimas horas? ¡No, gracias!
--No creen que vivas tanto.
--¿Qué hora es?
Ante esta pregunta miré a uno de los agentes que, con una sonrisa tierna, nos dijo que eran las once menos cuarto.
--Bueno, con hora y media tengo suficiente.
--¿Suficiente?
--Es Nochevieja… ¿Tienes el cava?
--¿Quieres celebrar la Nochevieja?
--No tengo nada mejor que hacer.
Alguien debía haber pasado nuestra conversación al exterior, porque dentro de aquella caja empezaron a entrar bolsas con uvas, copas de plástico y botellas de cava.
--¡Narciso!
Me había separado unos metros de Gustavo, pero al llamarme por mi nombre acudí a su lado rápidamente.
--Narciso, me estoy mareando, pero tengo que aguantar hasta el fin del año, puedes pedirle a los médicos que me ayuden.
No hubo falta decir nada. Antes de que me diera cuenta le estaban inyectando algo y poniéndole un tubo de oxígeno en la nariz.
--No se preocupen, no es morfina –dijo el sanitario.
--¡Gracias! –Le agradecimos Gustavo y yo al unísono.
En aquellos minutos me conto su vida como tantas veces había hecho. Nada relevante. La miseria de siempre de una persona que realmente no ha conocido otra vida. Pero conforme se acercaban las doce de la noche, un rumor que iba aumentando poco a poco nos llegaba del exterior. Alguien, no recuerdo quién, nos pasó unas copas llenas de burbujeante cava y una papelina con las doce uvas. Por una megafonía exterior sonaron los cuartos y pronto empezaron las campanadas. Gustavo me miraba con ojos llorosos y una sonrisa en la cara mientras yo trataba de seguir las campanadas con los granos de uva.
--¡Feliz Año Nuevo!
Gustavo, que no había probado el fruto de la vid, pudo decirlo mucho antes que yo que peleaba con el relleno de mi boca.
--¡Feliz Año Nuevo! – Dije yo a la par que se oía por doquier.
Bebimos y ahora, aunque un solo sorbo, Gustavo si tomó del fruto de la vid.
--¡Gracias, Narciso!
--¿Qué dices?
--El pasado fue el mejor año de mi vida. Nunca nadie había sido capaz de aguantarme hasta que llegaste tú. Has sido el mejor amigo… el único amigo que he tenido jamás. Ni mis padres, que me expulsaron de casa cuando tenía dieciséis años, hicieron por mí lo que tú has hecho. Por eso no quería morir hasta escuchar las doce campanadas. No podía morir el mejor año de mi vida. No podía dejar que la muerte me robara mi único año de felicidad. Ahora puedo morir porque ya he vencido a la muerte.
Hasta aquel momento había podido aguantar mis sentimientos, pero en aquel momento me desmoroné y, con la garganta bloqueada por la emoción, me puse a llorar.
Gustavo llamó a dos de los policías para que fueran testigos de su último testamento. Me legó todas sus posesiones que, sólo dos días después, descubrí que valían más de un millón de euros.
--Nachito, tú vales mucho. No te dejes morir en esta mierda. Sal a luchar como un hombre. Pelea y, sobre todo, haz feliz a alguien, sólo así serás feliz.
Su estado se deterioró rápidamente, pero antes de morir me miró y me dijo, otra vez:
--¡Feliz Año Nuevo!

lunes, 17 de septiembre de 2007

Asunto Zanjado


Tengo noventa años y no creo que esta vieja carcasa que me sostiene vaya a aguantar mucho tiempo más. Por eso he decidido ir al Valle de los Caídos a darle mi despedida al que fuera el faro de occidente, el adalid de las libertades católicas, el salvador de la patria, el martillo del estalinismo… en una palabra: “Dios”.
Creo que mi nieto no entiende una palabra de este viaje, seguramente lo cree mi última “chochéz”, pero lo cierto, es que hace muchos años que lo tenía pensado y no me quería ir a bañar a las llamas del infierno sin haber cubierto de nuevo este camino.
Aún recuerdo la bondad del padre Torcuato escribiendo aquella carta al Generalísimo para que me perdonara la vida. Jamás puse en duda la misericordia de tan insigne mandatario. Me perdonó la vida a cambio de trabajar en esa impresionante obra faraónica que es el Valle de los Caídos.
Diez horas al día de duro trabajo, espoleado por “falangistas valerosos” que a cada momento nos recordaban nuestro rojo delito de haber estado afiliados a un partido republicano.
--¡Habla cristiano, rojo cabrón!
Recaredo se hacía llamar el falangista que nos abofeteaba, con una sonrisa de satisfacción, cada vez que los de “Esquerra Republicana de Catalunya” éramos sorprendidos hablando en nuestra lengua.
--El Imperio Español ha renacido, dejad de hablar ese dialecto rojo.
--“Homo homine lupus”.
--¡Que dejes de hablar en “catalino”, cabrón!
Cinco años de regocijo para crear el mausoleo de “el Dios” y el lugar de reposo de otros dioses menores. Allí dejaron su sangre y su vida mis cinco compañeros de ERC. Dicen que Franco nos tenía un odio especial porque su hermano había sido miembro de nuestro partido, que lo habíamos pervertido desde su particular modo de ver.
Un accidente casi me mata y ya nunca volví a aquel lugar. Diez años después, la infinita bondad de aquel ser supremo me devolvió la libertad, otros no tuvieron tanta suerte. Pero yo nunca me sentí libre del todo hasta mil novecientos setenta y cinco.
--¡Abuelo! ¡Ya hemos llegado! ¡Cuidado con los escalones! ¡Apóyese en mí!
Mi nieto si que es un santo, por lo menos para mí. No creo que pueda entender lo que hago, pero me siento feliz de ser su abuelo.
Damos una vuelta por el recinto, más para orientarnos que otra cosa. Como si la enorme cruz que gobierna el valle no fuese suficiente. Nos sorprendió ver algunas tumbas de republicanos, eso sí, miembros del Opus Dei. Dios ya sabe a quien se puede perdonar el delito de ser rojo.
Mi nieto se queda sorprendido cuando me ve sonreír. Estoy delante de la tumba de Recaredo: Miguel Vaquerizo Ayón. Y no hay duda de que es él, incluso está su foto.
Por fin, llegamos a nuestro destino y mi nieto se ha separado unos metros para atraer la atención de los vigilantes. Ha sacado una bandera española… ¿Qué hace? ¿Se ha vuelto loco? ¡Está quemándola!
No puedo esperar más, tengo que actuar antes de que el chaval deje de ser el foco de atención. Así que alivio mi próstata sobre la tumba del rufián dictador. Es la micción más satisfactoria de toda mi vida.
Finalmente, como no podía ser de otra manera, se nos llevan detenidos en un furgón policial. A mí no me han pegado, pero a mi nieto le han puesto como a un Cristo. ¿Qué va a decir mi hija?
Mi nieto me mira con una sonrisa burlona.
--¡Ha sido genial abuelo!
--¿Y qué van a decir tus padres, José Antonio?
--A mi madre le toca callarse y… bueno a mi padre, si puede, que siga trabajando en la COPE.
Si aún les quedan dudas de quienes son los buenos y quienes los malos, sepan que mi yerno fuma.

viernes, 31 de agosto de 2007

¡Feliz Navidad!


He tenido mucha suerte en la vida. Fui un auténtico zorro para los negocios. Mi vida era genial y con sólo veintitrés años ya había ganado mi primer millón de dólares y eso que entonces no era fácil. Encadenando éxitos me planté a comienzos de los noventa y me apunté al segundo gran pelotazo inmobiliario, fue una suerte porque en el noventa y tres llegó una pequeña recesión que arruinó a los que no habían sabido dar el salto. Pocos años después llegaron las “punto com”, entré con garra y salté a tiempo, como también lo hice con los “tigres asiáticos”. Mi fortuna en el noventa y ocho rondaba los diez mil millones de pesetas. Pero entre tanto me había casado dos veces y tenía dos hijos de mi primer matrimonio y otro del segundo. Si los negocios parecían sonreírme, el estado de abandono a que sometía a mi pareja estaba a punto de acabar con mi vida personal. Fue entonces cuando la descubrí.
Mi jornada profesional me arrebataba dieciséis horas al día y no me quedaba tiempo para mí, pero gracias a aquel bendito polvo blanco pude salvar mi matrimonio y vivir algunos polvos extra fuera de él que fueron fascinantes.
Pero yo era un idiota y, aunque todos los idiotas tienen suerte, los idiotas siempre quieren más. Ni que decir tiene que la palabra “más”, para este idiota, sólo tenía un significado: “más dinero”. De dieciséis horas pasé a trabajar dieciocho o diecinueve y pronto esnifaba más cocaína que gasolina despilfarraba mi Porsche.
Lo que pudo ser una gran suerte resultó ser una desgracia. En pocos meses mi presupuesto para estupefacientes se disparó, pero ya no causaban aquel brillante efecto del principio, sin embargo, cuando dejaba de tomarlos ni siquiera podía levantarme de la cama. Empecé a fallar en mis compromisos y en mi vida personal que se fue por un absurdo agujero. Aquel divorcio supo a OPA hostil, traicionado por mi abogado perdí todo mi patrimonio. Aquello sólo pude frenarlo con una cura de desintoxicación.
Después de un período razonable en el limbo, regresé a la vida pública. Un nuevo abogado y una nueva vida, me permitieron retomar algunos atributos de mi pasado, pero, un buen día, descubrí que todo aquello me importaba un rábano.
En el año dos mil regresé a mi pueblo para acudir al entierro de mi madre. Allí mis hermanos, fracasados triunfadores, vivían una vida profesional aburrida y trabajosa que combinaban con una gran actividad familiar, yo, en cambio, fui recibido como un verdadero triunfador y, sin embargo, envidié, como nunca, sus “tristes vidas”.
En la tumba de mi madre dejé enterrado el último trozo de mi ayer y me ahogué en una botella de depresión.
Durante tres años, mis entradas y salidas de diferentes clínicas y sanatorios fueron continuas, hasta que fui incapaz de pagar más facturas. Así llegue a este hospital de la vida donde uno reconoce a la perfección la buena suerte que ha tenido.
Sí, yo soy un tipo con suerte, porque cuando todo parecía haber perdido el sentido, conocí a mi colega Gustavo y aquí nos tienes, disfrutando juntos de las migajas que nos deja la vida.
Hoy es Nochebuena y siento algo de añoranza por no poder pasarla con mi familia, con mis hijos, pero tampoco tanto. Después de todo son unos perfectos desconocidos a los que he entregado todos mis sacrificios económicos, pero que ahora que soy un fracasado y ya no les doy ni un céntimo, ni siquiera se acercan a mí. Soy su leproso favorito, ese al que culpan de todos sus fracasos por no haber estado ahí y por haber recortado los flujos económicos que les permitían estar en la cima del mundo.
Hoy es Nochebuena y cenaremos solos Gustavo y yo.
Abrimos la puerta del cajero y cerramos por dentro. Tiramos unos cartones en el suelo y dejamos a un lado nuestros enseres. Yo saco de mi carrito una botella de cava que sustraje a la cesta que sorteaban en un bar. Bebemos a morro, pero con alegría. La noche se presenta larga y fría, pero, a nuestro modo, somos felices porque ambos hemos tenido suerte en la vida.
¡Feliz Navidad!

viernes, 24 de agosto de 2007

¿Se olvidó Dios de nosotros?


¿Se olvidó Dios de nosotros?
Jóvenes y viejos que vagáis por la vida sin desentrañar los sueños de vuestros ancestros. Felices sois y sin maldad, no os preocupa regalar vuestra sonrisa al mundo, aunque al amor que os entrega y, vosotros, devolváis con creces, le duela el alma en vuestros ojos.
Y si las huestes de Cronos se muestran benévolas y sois capaces de llenar la botella de las esperanzas, una joya de orgullo lucirá en la mirada de cuantos os quieren.


Elvira duerme. Sueña que es mayor y su imagen, en el espejo, es la de su hermano. Elvira sueña siempre que tiene un perro y un gato que le enseñan a leer y también le enseñan el camino para volver a casa. Sus padres le sonríen con las últimas sonrisas que recuerda y Nico, su hermano, vuelve a ser el niño que le da la mano para cruzar la calle.
“¡Despierta Elvira!”, es la voz dulce, pero contundente, de su cuñada Natalia que se va a vestir a su sobrina para llevarla a la guardería.
Tras el desayuno vuelve a ir de la mano de Nico camino del “centro de día”. Elvira le sonríe, le da un millón de besos y, aunque tiene la mirada triste, no puede evitar dirigirle una sonrisa y darle un cariñoso beso antes de dejarla.
--¡Hasta luego, hermanita!
Elvira tiene treinta y siete años y síndrome de Down en un grado bastante acusado. Dios se olvidó de ella, pero no se olvidó el amor y, aunque Dios no crea en ella, ella si cree en Dios y cada noche le reza para que le devuelva a su madre. Su hermano, al oírla, llora, porque Dios tampoco creyó en su madre a la que se llevó en un solo mes desde que le detectaron el tumor cerebral.
Su padre también murió, pero Elvira no le reclama a Dios, a él se lo llevaron los hombres y la seguridad social fue la que no creyó en él.
Cuando su madre enfermó, papá fue supermán, lo hizo todo, estuvo en todas partes y el amor que mamá no tenía fuerzas para repartir, él lo sacaba del fondo de su corazón. Pero, cuando mamá murió, se lo comió la depresión. Después de seis meses de baja, y contra la opinión de su psiquiatra, la mutua patronal de su empresa solicitó el alta laboral a inspección de la seguridad social y esta, desoyendo al profesional que verdaderamente le trataba, lo devolvió al trabajo. Fue salir de allí y caer en un estado catatónico. Cruzó toda la ciudad sin conectar su cerebro, sin saber quién era ni dónde se hallaba, hasta que un taxista apresurado no pudo evitar atropellarle.
Elvira no olvida el día que desconectaron la máquina que lo mantenía con vida, ni aquel abrazo desconsolado de Natalia al que, por encima de ambas, se unió Nico.
Dicen los que no saben, que los retrasados no sienten, que son ignorantes de su tragedia, pero Elvira daría lo que fuera por ser tan infeliz como su hermano, porque sabe que eso le haría, a él, un poco más feliz. Daría lo que fuera por que Dios creyera en ella, aunque sólo fuera un poco, pero, sobre todo, daría lo que fuera para que creyera en su hermano y en Natalia ahora que son padres de un nuevo trocito de cielo.


Las olas del mar me miran y me lloran. María, del centro de día, no me ha visto marchar y Nico no me echará en falta tan pronto... ¡Adios Elvira!

jueves, 23 de agosto de 2007

Último Adios


¡Cómo pasa el tiempo!
Por aquel entonces yo era lo que se llama un “chuloplaya”, que para quien no lo sepa, era el que se llevaba a todas las chicas a la cama. Fue tiempo después, cuando aparecieron los imitadores de pacotilla, que el término degeneró para definir a un hortera aprendiz de ligón, “pecholobo” lleno de cadenas y “buga” con radiocasete a toda mecha. Pero yo todavía fui un “chuloplaya” cuando estos eran los “reyes del mambo”.
Para hacer una idea de mi valor comercial diré que tenía un buen empleo en una entidad bancaria: seguridad, buen sueldo y tiempo libre, sobre todo los fines de semana a partir del sábado al mediodía. También hacía deporte, me cuidaba, era guapo, vestía bien y sobre todo, tenía una gran seguridad en mí mismo. Y, casi se me olvida, tenía pelo.
La cuestión es que todos los fines de semana oteaba cuanto se ponía a tiro y siempre me llevaba al huerto alguna de las más bonitas flores del jardín del Eden. Y, salvo excepciones muy puntuales, la flor de mi solapa era nueva cada vez que me ponía el traje.
Qué años aquellos en que la alopecia no me había venido a visitar para ampliar el brillo de mi cabeza.
Me marcharon estupendamente las cosas durante varios años, era casi aburrido. Hasta que ella, mi mujer, Susanna, me pescó. Y no es broma que lo hiciera, me pescó literalmente.
Fue durante unas vacaciones en Ibiza. Estaba haciendo esquí acuático, pasando una y otra vez por delante de un grupo de chicas “tontitas”, mis favoritas para usar y tirar.
Que curioso, hoy pensaría que era un degenerado, pero lo cierto es que yo nunca engañé a nadie. Ellas aceptaban de antemano mis malas condiciones para ir con el guaperas una vez y sabían que allí acababa todo, por mucho que algunas, a posteriori, fueran capaces de negarlo.
Pues a lo que íbamos.
Resulta que, para captar la atención de aquellas damiselas, decidí hacer algunas piruetas, con tan mala suerte que en un giro con cambio de mano, me crucé con la ola de la lancha y salí volando por los aires para caer de jeta en el agua. Quedé aturdido y boca abajo. Casi me ahogo. Pero por fortuna apareció aquel ángel y me pescó con un bichero desde su barca.
Como de bien nacidos es ser agradecido, la invité a cenar, pero una cena de verdad en un buen restaurante. No la típica cena turística que por aquel entonces confundía con los preliminares.
Ella aceptó con una sonrisa.
En un principio me lo planteé como una cena formal, pero resultó ser muy entretenida, ambos teníamos muchos temas de los que hablar y descubrí cuán agradable era conversar con una persona inteligente.
Después de la cena fuimos a pasear por el puerto, no quería que aquella estupenda velada acabara tan pronto. Conforme transcurría el tiempo me sentía más a gusto.
Susanna no tenía el aspecto físico de las chicas con que solía enrollarme. Era atlética, casi musculosa, su cara brillaba con cada sonrisa, pero sus facciones denotaban una enorme personalidad. No era la chica que te hacia girar la cabeza al pasar por la calle, pero era la que, una vez la conocías, conseguía que no fueras capaz de girar la cabeza cuando pasaba otra chica. Dicho vulgar y gastronómicamente, hasta que no conocías a Sussana no sabías cual era la diferencia entre York y Jabugo.
Aquel verano murió el último gran “chuloplaya” y hoy, treinta años después, con el mayor dolor que mi alma pueda jamás llegar a soportar, le digo adiós a la razón que me hizo amar aquel final.
Encierro en mí un millón de recuerdos buenos y malos, pero ni los unos ni los otros cambiaría por nada… Bueno sí, los cambiaría por una sola cosa: por no tener que abandonarte en un húmedo agujero bajo la tierra.
¡Adiós Susanna!

miércoles, 22 de agosto de 2007

Soy rojo ¿Y qué?


No entiendo la razón de que se me relacione con la Coca-cola. Sí que es cierto que hace cien años mi traje era verde, no el verde fosforito de esos de Enema o anatema o como quiera que se llamen los de esa compañía de teléfonos, sino de verde Navidad… mi marca favorita. Al parecer los del refresco de cola me pintaron de rojo y ahora salgo a la calle de tan chillón color, pero eso a nadie le importó durante mucho tiempo. Recuerdan, los que a finales de los setenta ya estaban aquí, que entonces se hablara del origen de mi color. Bueno, entonces el tema era que me habían traído las películas americanas para jubilar a los Reyes Magos. Pero la lógica se impone tarde o temprano y como nadie puede aguantar a los niños tan alterados hasta el final de las fiestas, yo he sido la salvación, soltarles unos pocos regalos en Navidad alivia la tensión y tiene a esos mocosos distraídos el resto de las fiestas.
Sí, soy rojo ¿y qué? Qué importa el color cuando hablamos de ilusiones.
¿Un ser fantástico o imaginario? Díganselo a ese niño de cuatro años que me mira con los ojos como platos y se queda mudo al sentarlo en mi regazo. Y, después de todo, tan imaginarios como yo, son los reyes magos y miren las caras de esos angelitos en la cabalgata de cada año… ¿De verdad, los Reyes Magos, son seres de ficción?
Cuando los padres buscan con mimo y dedicación los juguetes por las tiendas, cuando en mitad de la noche envuelven los regalos y los colocan en el lugar convenido por cada familia, ya sea la noche de Reyes o la de Navidad, cuando la ilusión se desborda a la mañana siguiente abriendo los paquetes… ¿es una ficción? ¿Cómo puede llamar nadie ficción a la ilusión y al cariño?
“La Navidad es consumismo” gritan amargados aquellos que no pudieron o no supieron guardar esa ilusión. Consuma lo que usted quiera que yo me quedo con mi viejo caballo de cartón, le he puesto unas tiritas y envuelto con un lazo rojo y ahora es un antojo para quien aún disfrute de la Navidad. Ni más buenos, ni más malos, tan solo unas horas felices, si lo gasto porque lo gasto y si no lo gasto porque no. Lo que importa es ser felices y romper la monotonía aunque sea porque toca, cada cual a su manera, pero la ilusión es la fuerza suprema.
Durante ochenta años nadie se preguntó por mi color, solo sabían que les hacía ilusión. Quién gana con desenterrar el origen de mi traje. Tienen miedo de que digan que fue Ferrari o, tal vez… Vodafon… la Xiveca, Moet-Chandon o el rojo libro de Mao. Ochenta años ilusionados con el significado de Papa Noel y a nadie le importo mi color ¿racismo contra la imaginación? A la vejez viruelas, ni yo, ni los Reyes Magos, tenemos nada que ver con nada que no esté en nuestras mentes y que por una noche… también está en nuestro corazón.
Y ahora, dejad paso a mi trineo si no queréis estar en la lista de los malos.

martes, 21 de agosto de 2007

La Santa Madre Banca




Hoy la banca es la dueña de tu vida... bueno... y de la mía. Hoy la gente ya no se casa, hace hipotecas que son más contundentes. En los juzgados te casabas hasta que el divorcio os separaba, en la iglesia se alargaba hasta la muerte, pero con las hipotecas a 50 y 100 años llegan las uniones por generaciones, es decir que quedáis unidos hasta que tus tataranietos pagan el último plazo de tu “pisito” de 30 metros.
Tu vida, desde que naces, está marcada por el banquero de turno. Hoy las parejas ya no deciden su vida en una consulta de planificación familiar, lo hacen, si tienen alcurnia suficiente, en el despacho del director de su agencia bancaria. Si la alcurnia es menor ya sirve el subdirector y los de clase baja directamente en ventanilla.
Las bodas de hoy no tienen grandes banquetes, pero no están exentas del boato que daba la iglesia.

Señoras y señores.
Nos hemos reunido en mi oficina para unir a esta pareja en una cómoda hipoteca a setecientos años.
Inmaculada García Prieto, ¿quieres firmar esta hipoteca junto a tu pareja y sobre la línea de puntos?
Jacinto Ubiña Cantalejo, ¿quieres firmar a continuación?
El seguro y las primas también, ¡por favor!
Si alguno de los avalistas aquí presentes tiene algo que objetar, que objete ahora y si no que firme en el recuadro anterior.
Ahora, si las han traído, pueden ponerse, los hipotecarios, las argollas con piedras en el cuello.
...
Por el poder que me confiere la banca española, yo os declaro hipotecario e hipotecaria...


Inmaculada y Jacinto tuvieron suerte y un día les tocó la lotería, pudieron pagar lo que les restaba de hipoteca y el piso fue suyo, pero eran demasiado viejos y debían recluirse en un asilo pues no podían valerse por si mismos. El banco, pensando sólo en ellos, les hizo una hipoteca inversa con la que pagar la manutención de sus últimos días, mientras el piso pasaba nuevamente a poder de la entidad bancaria.

sábado, 4 de agosto de 2007

Maestro suicida


Ser un suicida no es tan fácil como la gente piensa. Ya sé que muchos creen que basta con apretar el gatillo y reventarse la sesera, pero la mayoría de los suicidas también pensamos en el estado en que va a quedar nuestro cadáver. Por eso, suicidarse, es tan difícil… muy, pero que muy difícil, porque las muertes más bellas, esas que dejan un cadáver al que amar, siempre implican la ayuda exterior. Esa y no otra es la razón de que yo siga vivo. Para que miles de suicidas logren un bello final alguien, capaz de entenderlos, debía sacrificarse y permanecer vivo en este horrible mundo.
Al principio lo hacía gratis, pues ya es una gratificación ver la obra maestra de un suicidio perfecto, aunque sea con un poquito de ayuda, y si, además, consigues ver la cara de los familiares, cuando descubren aquel cadáver primoroso y amoroso, es algo que te llena el espíritu suficiente como para vivir unos diez días más. Sin embargo, con el tiempo, aquel hobby se convirtió en algo bastante oneroso. Comprendí que si quería seguir dando este servicio, desgraciadamente al margen de la ley, debía cobrar por ello. Por otra parte, la aportación de ciertos capitales, a su vez, permitía perfeccionar el arte del suicidio. Además tanto la publicidad como el anonimato no pueden convivir juntos sin la ayuda del dinero, la herramienta perfecta para hacer encajar todas las contradicciones del mundo.
El dinero convirtió el arte en oficio y a este en negocio. Un negocio que debía asegurarse con un capital de reserva listo para ser empleado en los mejores abogados en caso de… de rescisión del negocio.
Como es lógico hoy, un suicidio limpio y elegante tiene un precio que garantiza todo lo que el suicida desea y eso sólo por 60.000€.
Y no… no voy a contarles los detalles que yo también tengo que comer. Pero si me necesitan ya saben todo lo necesario, así que no duden en llamarme. La satisfacción está garantizada… por lo menos la mía.

viernes, 3 de agosto de 2007

Matar es un arte


Matar es un arte.
No creo que ninguno de ustedes pudiera hacer lo que yo hago. Tal vez, alguno, con entrenamiento y práctica, podría llegar a ser un buen asesino, pero para ser un artista se ha de llevar en los genes.
Miren que cara tan simpática le ha quedado a la señora Schulz. Es una obra de arte, pero su marido me ayudó mucho. Si hubiera un premio por la belleza de un crimen el señor Schulz tendría que compartirlo conmigo.
Hans Schulz contactó conmigo hace seis meses. Entonces no tenía claras sus intenciones, así que, tras una charla chat por Internet, le envié unos folletos de hoteles en Cancún y otros sobre peligros reales en la península del Yucatán. Hans escogió hotel y una bonita serpiente para sorprender, en su aniversario de bodas, a su esposa: Cleopatra Schulz.
Matar es un arte y hasta aquí el único artista había sido la parte contratante de la primera parte, así que como parte contratada había llegado la hora de trabajar.
El hotel elegido estaba rodeado de agua por todas partes salvo un puente vigilado, día y noche, para que ninguna serpiente lo atravesara. El orgulloso director me dijo que hacía más de siete años que ninguna serpiente venenosa había entrado en el hotel, mientras hablábamos, el mismo retiraba una enorme serpiente de casi dos metros. Dejó la enorme bicha, con mucho cuidado, entre las ramas de un árbol en el exterior del hotel mientras me decía que era muy importante cuidar de la fauna local.
Aquel gran conocimiento de la fauna local por parte del personal del hotel podía ser un problema. Eso me obligaría a acercarme más de lo necesario a la víctima.
Por lo general, un asesino a sueldo no tiene remordimientos porque no conoce a sus víctimas, pero determinados acercamientos pueden obligarte a conocerlas y eso es muy peligroso. Se imaginan a un pintor criando a las cochinillas que a la postre serán su gama de naranjas…
Los Schulz ya estaban en el hotel y yo aún no había completado el plan. Sólo estarías seis días así que el tiempo apremiaba.
Esa noche me fui a dormir con un buen libro sobre enigmas de la historia y, entre sus páginas, hallé a Cleopatra. Según el autor, los áspides eran sagrados y no podían encerrarse en vasos, además su ataque empezaba escupiendo a la víctima y muchas veces no llegaba a morder. Por eso el autor sostenía que a Cleopatra no la mató una serpiente, sino que se rasgó con la punta de su cetro, con cabeza de ese animal, impregnada con algo de veneno del mismo.
Obtener veneno de una serpiente era bastante más fácil y no tendría que vérmelas con el animal. Ahora debía conocer como eran las marcas que dejaban su mordedura, el resto coser y cantar. Pero la cosa aún fue más sencilla cuando en una tienda me vendieron una de aquellas serpientes disecadas con dientes y todo.
El segundo día el señor Schulz dejó pista libre y pude poner la trampa en el baño. Al abrir el grifo de la ducha, la trampa mordió a Cleopatra que profirió un fuerte grito. Sin embargo, a pesar del dolor, no se percato de lo ocurrido y prosiguió con su aseo.
Me habían dicho que el veneno tardaba casi una hora en hacer efecto, pero a los quince minutos tenía un efecto alucinógeno y entonces, durante treinta minutos, era posible usar un suero para salvar a la víctima. De este modo, tenía que evitar que, durante media hora, llamara a recepción para pedir ayuda.
Cuando salió del baño, cubierta con dos toallas, una en el cuerpo y otra en la cabeza, yo estaba sentado en su cama, esperándola, en bañador. El efecto alucinógeno la echó en mis brazos y creo que con muy malas intenciones… bueno malísimas. Por un momento creí haberme equivocado mientras intentaba violarme. Pero, por lo menos, pasaba el tiempo y no llamaba para pedir ayuda.
No había pasado ni quince minutos cuando Cleopatra Schulz quedó inmóvil y con una sonrisa lasciva en la boca, tumbada sobre mí y fuertemente sujeta, con su mano derecha, a mis genitales. Al parecer, la excitación había hecho que el veneno actuara más deprisa de lo esperado. Fue complicado sacarla de encima y doloroso desenganchármela, pero el efecto que ahora tiene en el sillón es fantástico.
Matar es un arte. Es arriesgado, pero ver cadáveres tan llenos de alegría es algo por lo que vale la pena hacer este trabajo.

viernes, 13 de julio de 2007

Teleoperadora profesional


--¡Super Telefonía! ¡Dígame!
--¿Señorita? –Suena una voz cavernosa al otro lado del auricular--.
--¡Sí! ¿Dígame?
--Le llamo desde el seis cuatro nueve uno...
--Sí, sí, tengo su número en el display...
--Me llamo Rodrigo...
--González Ruano... ¿Qué desea?
--Sí, correcto.
--Y vive en la calle Cuaresma veintisiete...
--Sí, sí...
--Usted me dirá, caballero.
--Verá señorita, es que he fallecido hace un par de horas y he pensado que ya no me harán falta sus servicios.
Hubo una pausa, pero no excesivamente larga ya que, a continuación, la voz profesional y cantarina de la telefonista prosiguió.
--Veo que está usted conectado con un contrato de servicio global con descuento que incluye móvil, fijo, adsl y televisión. ¿Desea la baja total o una modificación del servicio?
--¿Cómo dice?
--¿Llama para darse de baja del móvil?
--Sí.
--¿Y del fijo?
--Sí.
--¿Y de la televisión?
--Sí.
--¿Y del adsl?
--Bueno... no estoy seguro.
--Si quiere seguir teniendo el adsl debe mantener la línea fija.
--Es que no sé...
--Bueno... ¿Por qué no me llama cuando averigüe si le dejan tener adsl en su tumba? Tal vez podríamos hacer un traslado de la línea, muchos lo hacen así cuando cambian de domicilio.
--¿De verdad?... ¿Y usted no se asusta hablando con muertos?
--Para alguien que trabaja doce horas seguidas, enganchada a una centralita, sin poder ir ni a mear y todo por seiscientos euros al mes, ¿cree que le puede asustar algo?
--¡Caramba, señorita! Y yo que me pensaba que estaba mal sólo porque me había muerto.
--Pues si eso le parece alucinante, pruebe a buscar vivienda y comida con esos seiscientos euros. Y ya no le hablo de tener niños, porque con las expectativas de vida que tenemos los jóvenes de hoy, yo ya me hice la ligadura de trompas a los dieciocho años.
--¡Pues lo siento mucho!
--No se preocupe, señor fallecido, son gajes de los nuevos tiempos.
--¡Oiga! ¿Cobra usted comisiones?
--Sólo si supero los docemil puntos mensuales.
--¿Cuántos le dan por un traslado?
--Dos.
--Pues no me de de baja. Traslade la línea al cementerio de Pueblo Nuevo, panteón doce. ¡Por mí que no sea!
--¡Gracias buen hombre! ¡Y que descanse en paz!
--¡Suerte!

miércoles, 11 de julio de 2007

Julián


Tengo un osito de peluche que se llama Julián.
No, no soy un niño. Los cuarenta ya no los cumplo y, aunque generalmente me da vergüenza reconocerlo, es importante que sepáis que Julián me habla.
Julián siempre empieza a conversar de la misma manera:
--Los bosques están desapareciendo por culpa de los malos escritores.
Cuando Julián dice eso un papel en blanco está sobre mi escritorio y un montón de bolas de papel desborda la papelera. Por ello, herido, me enfado:
--Eso no es cierto.
Y acompaño mi respuesta de una mirada al centenar de carpetas llenas de textos que reposan sobre el armario.
--¿A eso le llamas, tú, bueno?
Llegado este punto ya pongo en duda el hecho de que Julián hable, porque si de verdad soy un mal escritor y lo que hay encima del armario no vale nada, es, o bien que no tengo imaginación, en cuyo caso Julián no existe, o bien escribo fatal, en cuyo caso poco importa que Julián exista o no.
Miro a Julián a los ojos y él, inmóvil, calla. Es entonces cuando recuerdo cuando llevé a editar mi primera novela. De eso hace ocho años ya y no he tenido respuesta. Bueno, sí, hay una novela muy famosa, de un escritor muy famoso que ganó un premio muy importante y que se parece mucho.
Vuelvo a mirar a Julián... nada. Cómo va a publicar nadie una novela que algunos años después será un plagio.
Julián parece sonreír.
Era un adolescente cuando mi profesora de literatura castellana me acompañó a una editorial para enseñar mis poemas y se rieron de ambos.
No levanto la mirada, pero escucho como Julián se ríe también.
Espero unos segundos y miro a Julián de reojo y sonrío. Pongo a un lado la hoja de papel. Extraigo el teclado del ordenador de debajo de la mesa y enciendo.
Julián se ha callado y observa con atención.
El PC termina de encenderse, activo el “WordPad” y empiezo a escribir.
Julián calla.
Durante más de media hora doy rienda suelta a mi limitada imaginación. Ahora abro el “internet explorer”... pongo la dirección de mi blog para publicar, introduzco unas claves... “copy & paste”... ¡ya está!
Julián sigue inmóvil.
Esta vez no he gastado papel, de hecho también estoy guardando mi obra en un archivo del disco duro del PC. Pero lo mejor de todo es que seguro que en este momento ya lo están leyéndo otras personas.
Tengo la tentación de reírme de Julián, pero llega mi hijo pequeño y se lo lleva cogido de la oreja para iniciar una sesión de boxeo infantil y creo que hoy le acompañaré.
¡Prepárate Julián que hoy me toca reír a mí!

martes, 10 de julio de 2007

Carta abierta a mi médico de cabecera.




Estimado señor o señora (eso nunca se sabe):

Esta es una carta abierta porque nunca tendría usted tiempo de abrir una cerrada y con mi remite. Igual que no tiene tiempo suficiente para escuchar a sus pacientes y se limita a oír aquello que a usted le conviene.Yo soy aquel paciente al que usted nunca dará la baja porque le parece sospechoso, todo y que desde que usted es su médico jamás a estado de baja. También soy aquel que entre tiritones febrígenos y esputos de sangre usted encontró tan sano. Gracias a Dios, que no a su sabia ciencia, ya me curé, no sin esfuerzo, de aquella enfermedad que no tenía.Pero no perdamos su valioso tiempo en recriminaciones “que no se merece” (perder el tiempo de los pacientes ya es otra cosa, por eso se llaman pacientes) y vayamos al grano, que no a la vesícula putulinosa con escoriaciones cutáneas a la que usted no prestó atención ni cuando se rodeó de verrugas.
La presente es para comunicarle que he decidido dejarme morir porque estoy harto de ser tan importante para esta sociedad que no deja de cobrarme impuestos y ni tan siquiera me permite estar un par de días enfermo. Primero pensé en fumar, pero no soporto el humo del tabaco. Después pensé en beber, pero mi estómago inició toda una campaña de protestas contra el alcohol. También inicié una huelga de hambre, pero pasaba demasiada hambre. Las drogas no me permitían ser yo mismo. Así que, al final, decidí comer cuanto me apeteciera y dejar de hacer el poco ejercicio que, el escaso tiempo libre del que disfruto, me permite.Ya llevo engordados cincuenta kilos, mi colesterol y mis triglicéridos se suben por las paredes, mi presión sanguínea es la de una olla a presión, siempre tengo dolor de espalda y cada vez tengo menos energías para moverme. Pero sabe una cosa: sigo tan sano como siempre.
En la nueva sociedad puedes estar enfermo o puedes estar sano, puedes tener trabajo o estar en el paro, puedes someterte a los designios de la sociedad o irte a vivir debajo de un puente, pero lo que no puedes hacer es coger la baja o intentar recuperar parte de lo que pagas a la seguridad social por el simple hecho de no encontrarte en condiciones físicas o anímicas. Actualmente una persona que falta a su trabajo o pierde dinero, si es un autónomo, o se convierte en un delincuente, si es un empleado por cuenta ajena. El resultado siempre es el mismo, debes estar dispuesto a dar y nunca a recibir porque no existe nadie, en verdad, que te ayude a levantar.Es una lástima, querido doctor, que usted sea tan fiel al sistema, espero que este le de a usted las alegrías que a mí me ha negado.

Atentamente: el enfermo más sano de su consulta.

lunes, 9 de julio de 2007

Psicología vital (Yo puta)


He decidido ubicarme aquí y creo que es un acierto. La labor social que llevo a cabo es indudablemente mucho más necesaria aquí que en cualquier otro sitio. A los vecinos parece molestarles mucho, incluso han pretendido que modifique mi horario laboral, dicen que por el bien de sus hijos. Qué sabrán ellos de sus hijos, si no fuera por mí terminarían suicidándose antes de alcanzar la mayoría de edad o, lo que es peor, metiéndose a curas; todo por tener dudas sobre su verdadero género. En definitiva, me alegro de haber abandonado los juzgados y haber puesto mi negocio cerca de estos dos colegios religiosos. Gano más, trabajo menos y encima realizo un bien social.
El trabajo ya no es tan duro, pero mis tarifas también son pequeñas, aunque el volumen total me ha permitido aumentar mis beneficios. Esos muchachos de catorce y quince años se van tan pronto les dedicas un par de caricias intimas, así que los doce o quince euros implican poco riesgo y brevedad, eso sí, les doy un poquito de conversación para que puedan desahogarse de sus problemas que es lo que realmente necesitan. Y, después de todo, qué significa mi beneficio económico frente al placer de ver como el muchacho ha recobrado su hombría puesta en duda por los tocamientos previos del cura de turno.
Ahora el muchacho conoce la anormalidad insana de lo que le sucede en ese colegio y, aunque siga sin atreverse a decirlo en casa, por lo menos, gracias a mí, habrá disipado sus dudas. Ahora es capaz de aceptar la realidad de la tortura sufrida y ofrecer resistencia la próxima vez.
La resistencia se extiende y al curita tocón no le debe gustar porque ha venido a amenazarme, pero al final se tuvo que marchar con el rabo entre las piernas (lastima no se lo amputaran), mi amenaza resultó más efectiva.
Este cura, don Ramiro, me recuerda a doña Antonia, la monja responsable de mi actual categoría laboral ¡Que poco cambian los tiempos!
Bueno... viene un cliente y debo despedirme. Para aquellos que no lo hayan averiguado aún les diré que soy puta, pero yo prefiero considerarme psicóloga vital.

domingo, 8 de julio de 2007

Días de lluvia


No me gustan los días de lluvia y no es precisamente por el barrizal que se forma delante de casa y termina por mancharlo todo, tampoco es por esa gotera del comedor con la cual ya me he acostumbrado a vivir, ni tan siquiera porque el perro del vecino ladra a las gotas de agua hasta desquiciarme de los nervios. La verdadera razón de mi aversión es que sólo llueve cuando me he dejado el paraguas en casa.

Seguro que durante la mañana la ventana de la oficina ha mostrado un día dudoso, pero que se resuelve en diluvio justo a la hora de salir.

Regresar a casa protegiéndose bajo los balcones y arrimándose a las fachadas de los edificios es desagradable, pero no es lo peor. Encontrarse a alguien en dirección contraria tan desprotegido como tú es solo relativamente molesto; pero lo realmente lamentable es el más que habitual desaprensivo que, a pesar de ocupar la acera del lado de la calle que no le corresponde y llevar un enorme paraguas, empuja la punta de este hacia adelante y se pega a la pared para ensartarte a lo bárbaro con la sana intención de preparar un pincho moruno con aromas de lluvia.

sábado, 7 de julio de 2007

Política de aguas residuales.


Bueno, ya estoy aquí. Disculpen la tardanza, pero tenía que cumplir con un ineludible designio político, una reivindicación de mi vejiga urinaria. Retrasar esa acción hubiera supuesto un doloroso aumento de esas reivindicaciones, justas por otra parte, hasta alcanzar, posiblemente, problemas para el estado... el estado de mi organismo.Durante el proceso de expulsión de residuos se han producido algunos problemas debido a la elevada profusión de residuos y la baja preparación de las canalizaciones naturales para ese fin. La cuestión es que se ha generado un perímetro de contaminación en las áreas adyacentes al depósito de residuos. De ahí parte mi retraso, pero para subsanar este problema, también se ha visto comprometido el presupuesto, además del gasto de agua en el vaciado de la cisterna ahora hay que añadir la utilizada por el cubo y la fregona, pero es que además se deben incluir los desinfectantes (lejía) y los trapos para limpiado, aclarado y secado de superficies nobles; trapos que en ultimo termino han sido ubicados en el área para reciclaje que distingue los elementos a lavar, a noventa grados, cada mes.Estamos de acuerdo en que demasiadas áreas de residuos no reciben ese trato privilegiado, pero nadie se siente a gusto entrando en esas áreas de desecho para aguas y lodos residuales donde es perceptible el olor de los contaminantes en descomposición.También tenemos constancia de que en algunos países, como Alemania, se suelen evitar estos incidentes igualando los métodos de expulsión de residuos líquidos en hombres y mujeres, es decir, haciéndolo sentados. Pero imaginen el problema de aquello sobresaliendo y tocando por todas partes. Yo personalmente no lo considero una buena idea, además creo que esa es la causa de que la mayoría de alemanes varones, circuncidados o no, cojan hongos en la punta... amén de cosas peores y no el elevado consumo de cerveza, como he llegado a oír. Pero no nos salgamos del tema.Nuestro país doméstico también cuenta con ciudadanos menores de edad que no cumplen adecuadamente con las tareas de mantenimiento, por ello debemos acomodar nuestro tiempo y presupuesto a suplir esas deficiencias.En fin, no creo que haya mucho más en la política de este tipo de residuos que pueda contarles en estos momentos, si se me ocurriera algo más no duden que se lo contaría debidamente.¡Hasta pronto!