martes, 23 de octubre de 2007

Padre Francisco



El padre Francisco creía haber visto todo lo que se puede ver tras presenciar, en su tierna juventud, por dos veces, en el horizonte, la horrible forma de la seta nuclear. La primera vez, en su misión cercana a Hirosima, desconocía la naturaleza de aquel fenómeno. El horrendo aspecto de las heridas causadas por la radiación en la población civil era algo difícil de asimilar. Vivir aquella supurante herida en el territorio y el pueblo de Japón fue algo que lo marcó como muy pocas cosas en este mundo pueden hacer.
La misión del padre Francisco fue evacuada, junto a cientos de damnificados, a la ciudad de Nagasaky. Pero, pocas horas después de llegar, el horror, en forma de hongo, se grabó de nuevo en sus pupilas. Japón no había tenido tiempo ni de plantearse la rendición cuando, su población civil, fue nuevamente sometida al genocidio indiscriminado de las armas de extinción masiva. Los días que siguieron a esos sucesos quedaron marcados, con el fuego de la fisión nuclear, en su cerebro.
Hoy, el padre Francisco debería cumplir noventa años y hace seis que Juan Pablo II le ordenó que se retirara, pero él sentía que el mundo le necesitaba. Él era consciente de que sus posturas eran muy incomodas… diríase más, comprometidas para Roma. Pero era un luchador y siempre decía que si Dios le había permitido vivir el horror de Japón, era para que supiera que debía proteger a los inocentes más allá de que, lo que había crecido sobre la piedra, le ordenara. Llegó a perder el apoyo del Vaticano, pero siempre supo hallar la forma de financiar su obra. Sabía que nadie de la curia romana, cuando el muriera, lucharía por su santificación, pero era humilde y fiel a sus ideales. El siempre decía:
“Poco importa lo que digan los hombres porque de sus hechos y palabras aflora el mal a cada momento, lo que importa es lo que piense Dios. Él no nos muestra sus deseos, nos da el libre albedrío, pero conoce como nadie nuestro corazón. Sólo al final sabré si he cumplido sus deseos, pero, mientras tanto, haré lo que crea mejor sin dejarme influenciar por nadie y rezaré para no equivocarme”.
El padre Francisco terminaba por ser respetado, en ocasiones incluso querido, allá donde fuera. En Vietnam salvó un poblado primero del vietcom y luego de los americanos. Muchos pensaron que aquel cura había pactado con el diablo. Finalmente tuvo que abandonar el sudeste asiático gravemente herido, al intentar proteger un convoy de refugiados cuando Estados Unidos ya iniciaba la retirada. No fue la única vez que fue herido, también recibió una bala en el estómago cuando un francotirador le acertó cuando ayudaba a reunir a una familia separada por la guerra de Chipre.
La iglesia no miraba al sacerdote con buenos ojos, aunque, en secreto, muchos admiraban al hombre al que Kurt Waldheim llegó a nombrar en una asamblea de las Naciones Unidas, cuando, hablando de la guerra del Líbano, le nombró dicendo: "ese hombre con sotana al que aún respetan los francotiradores y que pasa del Beirut cristiano al sirio, ayudando a unos y otros".
El padre Francisco dejó trozos de sí por todo el mundo: Asia, África, América… Incluso, en una ocasión, llegó hasta la Tierra de Fuego para mediar entre chilenos y argentinos al borde de una guerra.
Nadie conoce el apellido del padre Francisco, muchos no recuerdan las facciones de su cara maltratadas por el paso de los años, pero son muchos, millones diría, que recuerdan sus hechos. Un hombre que ha vivido la vida, con tristezas y alegrías, con lágrimas y sonrisas, con todo y con nada, pero siempre luchando por la vida.
Igsahi podía haber sido un niño como los demás si hubiera nacido en el sitio adecuado, pero nació en el momento y lugar equivocados. Mañana será un niño soldado, hoy, con nueve años, le han dado un fusil y le han dicho que mate a alguien respetado, que solo así ganará el respeto de ser hombre y de ser soldado. Igsahi ha disparado al padre Francisco a bocajarro en el vientre.
El padre Francisco creía que ya lo había visto todo y ahora se debate entre la vida y la muerte en una tienda de campaña que la misión tiene como quirófano en las selvas del Zaire. Los médicos llevan dos horas con él, pero es demasiado mayor para soportarlo. Yo he visto como en los últimos años ha ido perdiendo sus energías, pero nunca ha perdido ni sus esperanzas ni su amor. Fue un duro golpe para él cuando, casi en su lecho de muerte, el papa Juan Pablo II lo excomulgó por ayudar a abortar a una niña que de otro modo hubiera muerto.
Igsahi llora en mi hombro, no quiere que el padre Francisco muera, ya no quiere ser soldado. En su cara lleva la sangre del padre y en su cabecita el recuerdo de cómo con una caricia este le perdonó. Yo aguanto las lágrimas, tampoco quiero que muera, pero eso es cosa de Dios, tanto como el hecho de que yo le quiera con casi treinta años menos que él.
Se abre la puerta de la tienda quirófano y el médico me ilumina con su sonrisa. Hoy el padre Francisco cumple noventa años.

lunes, 8 de octubre de 2007

Los últimos días de los maquis



“Marchaos. No os queremos mal, pero no podemos daros cobijo. El pueblo aún llora a veinte buenos hombres.”
“Se los llevaron temprano, recién levantados, dispuestos para trabajar la tierra. Hombres armados y guardias civiles llegaron diciendo que sabían que os habíamos dado asilo. Pusieron patas arriba las treinta casas y otros edificios, solo la iglesia respetaron, de donde no asomó el párroco, Don Camilo, ni por un instante”.
“Se los llevaron temprano y el naciente sol de verano, con un tono rojizo, ya nos anunciaba su muerte. Pero tuvimos suerte... en el pueblo de arriba sólo han dejado cinco viejas y dos niñas, porque, según ellos, os suministraban comida. Hasta la historia han matado tirando abajo la vieja ermita donde, al parecer, dormisteis un día”.
“Marchaos antes de que nadie os vea”.


Hace un año ya que vagamos por el monte sin descanso y, cada vez más, parecemos ánimas en pena. Ningún pueblo nos quiere y no hay descanso para nosotros acosados como a alimañas. Falangistas y guardias civiles nos disparan desde los cerros y los caminos están cerrados con soldados de remplazo que intentan no vernos, pero que si les descubren lo pagan caro.
Nuestra lucha pierde sentido, en los dos últimos meses hemos recibido tres intentos de emboscada y no hemos podido atacar ni una sola vez... y Evaristo ha muerto.
Evaristo no era nuestro jefe. Otros grupos de maquis si tienen jefe. Con Evaristo no necesitábamos jefe, porque todo el mundo aceptaba su sentido común y su conocimiento del monte. En el grupo todos teníamos opinión, pero cuando había dudas él las resolvía con inteligencia, pero al morir Evaristo han empezado las tensiones entre nosotros. Aún vamos a necesitar un jefe y, sin embargo, nadie tiene el prestigio suficiente.
Mi hermano y yo hemos tomado una decisión, no sé si los demás estarán de acuerdo... No sé si nos van a seguir, pero, aunque no sea así, nosotros vamos a pasar a Francia. Allí descansaremos. Llevar la lucha como la llevamos ahora no tiene sentido. Tal vez, nos quedemos allí.
Pero antes mi hermano tiene que hacer algo... dice que su Mausser le quiere dar un beso cálido a don Camilo.


jueves, 4 de octubre de 2007

La carta de los millones



Esta carta la que encontré en una bolsa, junto a una importante cantidad de dinero, suficiente como para no preocuparme en toda mi vida por ese tipo de cuestiones… y creo que ni en la de mis hijos, ni en la de los hijos de mis hijos. Sin embargo, cuando terminé de leerla, decidí que sólo podía hacer una cosa… entregar la bolsa a la policía. Sé que si el dinero es legal en dos años me será devuelto y tendré tiempo para pensar que hacer, pero me llevo este papel que ahora podréis leer, no fuera que ello autorizara a cualquier policía para quedárselo.




Estimado/a amigo que has encontrado esta bolsa:

El dinero no da la felicidad ni tampoco la compra hecha. Por lo menos, si es lo segundo, yo no supe encontrar la tienda, quizá tú tengas más suerte.
Cuando gané a la lotería aquellos noventa millones de euros, pude descubrir, en mis propias carnes que, por mucho dinero que ganes, sólo puedes arreglar tu propia vida, siempre que seas discreto. Sólo si eres capaz de pasar de los demás sin intentar solucionarles la vida tiene futuro tu felicidad. En el momento que haces participes de tu dinero a tus seres queridos, te haces partícipe de sus desgracias, de sus miserias, pero has de saber que en el momento que les haces participe de tu fortuna ya sólo tienes dos caminos sin solución, meterte en sus vidas con el dinero o mantenerte al margen, en ambos casos el destino es el mismo.
Tu historia, seguramente, no será muy diferente de la mía. No te extrañe, entonces, que cuando les ofrezcas dinero a tus seres queridos lo rechacen. Respira hondo y vive el que será el último instante de imposible cordura que vivirás a su lado. “No lo necesito” acostumbran a contestar invariablemente. Pero si eres verdaderamente persuasivo, y tanto yo como el dinero lo fuimos, terminaran por aceptar. Bien pronto se darán cuenta de que no lo querían, se sentirán mal y, en lugar de agradecimiento, un monstruo les recorrerá el cuerpo por dentro haciéndoles creer que se han aprovechado de ti. Si eres lo bastante intuitivo para darte cuenta, les intentarás explicar que el dinero lo ganaste por azar, un azar que ha sido el de todos, porque si no, cómo podría ser una verdadera suerte para ti, que les quieres, que lo tuyo es suyo… pero al final te faltan las palabras y, es posible que si no eres lo bastante elocuente, también sea el último momento de cariño que viváis juntos. A pesar de todo existirá, o creerás que existe, un convencimiento que va a ser momentáneo y lo cierto es que les has desgraciado la vida, todo y que sabes que, de no haberles dado ese dinero, también hubieran sido unos desgraciados porque hubieran recelado de ti el resto de sus días y pensarán continuamente como hubiera sido su vida con aquel dinero.
De esta forma, el azar ha malogrado tu relación con todos aquellos que de verdad te importan y te les importas a ellos.
Qué decir de los amigos de siempre. Aquellos con los que compartías magníficas veladas. Al principio era genial que tú pagaras siempre y que las fiestas fueran mejores… bueno, más caras, pero luego llegó el tedio. En poco más de un año se extendió una barrera extraña entre ellos y yo. Primero las conversaciones con ellos perdieron fuerza, se trivializaron y, al final casi ni hablábamos. Poco a poco aparecieron las excusas de unos y otros para esquivar las reuniones hasta que llego el día en que me encontré solo, bebiendo “Dom Perignon” en la terraza de un restaurante mientras veía a varios de ellos salir de una sala de teatro.
Hoy ha aparecido todo un ejército de nuevos amigos aduladores a los que yo no he invitado. A algunos de ellos ni siquiera les conozco, pero parece como si estuvieran sobrevolando mis despojos para llevarse un pedazo de mí colgando de su pico. También ellos se han edificado como una terrible barrera entre el mundo y mis ojos, ya no puedo ver lo que ellos no quieren.
Finalmente hoy no tengo deudas… ni familia, ni amigos. Ahora es todo una cadencia de sueños vacuos que se cumplen, uno tras otro. Sueños que ni recuerdo haber tenido.
Por todo ello, para quien encuentre esta bolsa con mis últimos millones, también van en ella mis últimos deseos: ¡QUE SEA USTED MUY FELIZ!

Firmado: Por fin NADIE.